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Envases y embalajes

Me lo comentaba recientemente un amigo que se mueve en el mundo de la alimentación: al detall, cada vez se vende menos cantidad por venta realizada, es decir, quien compra cada vez compra menos cantidad por compra que realiza. Es por la crisis, claro, pero eso tiene consecuencias, la mayor: no es una situación que […]

Me lo comentaba recientemente un amigo que se mueve en el mundo de la alimentación: al detall, cada vez se vende menos cantidad por venta realizada, es decir, quien compra cada vez compra menos cantidad por compra que realiza. Es por la crisis, claro, pero eso tiene consecuencias, la mayor: no es una situación que tenga pinta de ser temporal.

En proporción a la renta, posiblemente la población esté gastando lo mismo en términos medios reales (aunque ciertos estudios apuntan a que la alimentación está absorbiendo un porcentaje creciente de los ingresos), pero como, en términos reales, las rentas están decreciendo, lo que dice mi amigo es evidente: la gente cada vez puede adquirir una menor cantidad por acto de compra.

Me dijo que se lo decía recientemente un conocido suyo que se dedica a la producción de jamones: cada vez se venden menos patas y menos paletillas enteras, el motivo: el precio, y da igual que haya bajado, en términos reales, respecto a hace un año, dos, o tres: la población cada vez tiene menos dinero en el bolsillo y/o una tarjeta más liviana; ¿qué voy a hacer?, le decía su conocido, pues voy a tener que vender el jamón lonchado: a lonchas y en sobres; obvio, ¿no?, sí, pero eso implica cosas.

Lo que se vende lleva un embalaje, testimonial en el caso de un jamón o de un embutido entero, pero complejo en el caso de que ese jamón o ese embutido se presente lonchado, algo parecido puede decirse de la carne o de la fruta o de las verduras que se vendan estuchadas. En el caso de un diamante de diez quilates, el coste del embalaje es testimonial, pero en el de un salchichón de precio bajo … ¿Qué quiere decir todo esto?, pues que a medida que la renta disminuya y los consumidores puedan gastar menos en cada unidad de consumo alimenticio, el impacto del embalaje en el coste final crecerá, pero la cosa no acaba aquí.

La inmensísima mayoría de los embalajes alimentarios (por no decir de todos los embalajes) el principal componente es el plástico en alguna de sus manifestaciones, y la materia prima del plástico es el petróleo (y si ese plástico se recicla también hace falta petróleo: hace falta energía). Si los consumidores exigen cada vez paquetes con menor cantidad de producto (de menor precio), o bien se descubre un embalaje de base no-plástica (con las propiedades sanitarias del plástico, claro), o descienden los márgenes de productores de alimentos, o … volvemos a la venta a granel: un mostrador con treinta personas vestidas de blanco, desempleadas hasta hace un mes, a las que se les ha dado un cursillo de cómo cortar mortadela con una máquina, que vende alimentos envueltos en papel (o metidos en el tupper con el que se obligue a la concurrencia a acarrear cuando vayan a comprar alimentos).

Es una forma diferente de hacer las cosas, pero con implicaciones. Estamos acostumbrados al usa-y-tira: la cultura kleenex, al ‘un solo uso’, y, bueno, eso también ha contribuido al crecimiento, pero ya no es posible: a la que el acento se pone en la optimización esa forma de operar es insostenible, lo que es lógico, pero tiene consecuencias: cambiar el chip, la actitud antes la realidad.

La parte buena: se generarán menos residuos: descenderá la contaminación; pero eso también tiene una parte mala: la gestión de recursos genera PIB, y empleo, que se perderá, pero que puede ser reciclado y puesto a cortar salchichón con máquinas cortadoras en mostradores quilométricos en grandes superficies que vendan productos a granel.

(Otra vez (¿por qué digo ‘otra vez’ si es la misma vez?) estamos con las agencias de calificación de riesgo y con la deuda de España y compañía. Vamos a ver, si las agencias de calificación son unas piratas hoy también lo eran en el 2004, ¿no?, pero entonces se decía que eran cojonudas porque convenía lo que decían. Portugal. Portugal, al igual que Grecia -y que todos- no puede pagar todo lo que debe, NO PUEDE. Portugal firmó lo que le pusieron delante a fin de salir de aquel paso, pero Portugal sigue estando en la casilla de salida, o más atrás; pero claro, el 30% de la deuda exterior portuguesa la tienen entidades financieras españolas, por lo que si los bonos portugueses son calificados como basura porque no pueden ser pagados por el Estado portugués ello significa que las entidades españolas que tienen deuda portuguesa tienen … basura, y eso tiene consecuencias, tanto para esas entidades financieras como para el precio que el reino tiene que pagar para que le compren la deuda que emite. Y no, pienso que las agencias en eso no tienen ninguna culpa, o sí, pero entonces también la tenían en el 2004.

Más. Cuando S&P dice que los aplazamientos ‘voluntarios’ de las entidades tenedoras de deuda, de entrada griega, serán considerados impagos, tiene razón. Vamos a ver. Uds. recordarán una figura que en los años 70 y parte de los 80 que se puso de moda en España: la suspensión de pagos encubierta. La empresa que la hacía no llevaba sus libros al juzgado, simplemente llamaba a los proveedores que acumulaban el 65% o el 70% de su deuda y les decía: ‘No os puedo pagar; renegociemos’. ¿Con que imagen se quedaba la empresa que así hacía?, ¿qué se le exigía a continuación a esa empresa?, ¿qué calidad se le daba a su deuda?. Hay que recordar, hay que recordar, lo que sucede es que tiende a olvidarse lo feo, sobre todo si no conviene).

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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